Esta interrogante podría responderse de forma simplicista señalando que es el mismo que desempeñan nuestros colegas varones. Sin embargo, en una época como la actual, en la que la diversidad y las diferencias de género no solo que se reconocen y garantizan, sino que además se valoran como un intangible de gran relevancia dentro de las organizaciones, es indispensable identificar qué características hacen a la mujer abogada relevante en el ejercicio de una profesión tan acentuadamente masculina.
Confieso que escribo estas líneas marcada por mi condición de mujer y de abogada. He tenido la suerte de que se me haya abierto oportunidades académicas y laborales precisamente por ser mujer; y he podido compartir con jefas, compañeras de trabajo, amigas, alumnas y colaboradoras de quienes he aprendido cómo rescatar y fortalecer varios rasgos que están íntimamente conectados con nuestra fisiología. También he tenido que lidiar con papeles impuestos desde los estereotipos; pero incluso rescato lo que esos prejuicios me han enseñado, pues he aprendido a sacar provecho de aquello que la sociedad espera de mí por ser mujer.
Desde la antigüedad, la mujer ha desarrollado sus destrezas empáticas: nuestras bisabuelas, abuelas y madres cultivaron y luego, casi por ósmosis, nos transmitieron la capacidad de ponernos en el lugar del otro para entender sus sentimientos. Nuestro cerebro funciona con neuronas espejo, que se activan cuando reconocemos en los otros sus emociones; una habilidad que nos permite conectarnos en un nivel emocional con nuestras contrapartes, con los jueces, con los testigos, con los peritos.
Según un estudio de la Universidad McMaster, el cerebro femenino tiene mayor densidad de neuronas en ciertas regiones asociadas a la comprensión y procesamiento del lenguaje: como consecuencia de ello, las mujeres somos mejores comunicando nuestras ideas, llegamos con más asertividad a nuestras audiencias, lo que nos hace extraordinarias litigantes y oradoras.
La mujer tiene una memoria emotiva: la amígdala, critica para recordar los sucesos emotivos, reacciona distinto en varones y mujeres. Mientras que los hombres conservan más la memoria de la esencia, las mujeres recordamos más los detalles, lo que fortalece nuestra capacidad de indagación y de descubrimiento.
Como resultado de una investigación que tomó varios años, la Universidad de Harvard reveló que la zona de la corteza prefrontal, sede de las funciones ejecutivas, es más voluminosa en la mujer que en el hombre: eso nos hace más planificadas, organizadas y capaces de controlar nuestros impulsos, rasgos que se compaginan naturalmente con una profesión donde el orden y el control son vitales.
Así, aunque por mucho tiempo se ha considerado que la abogacía es una profesión de hombres, y pese a que el derecho ciertamente se ha construido desde una visión androcéntrica, es evidente que las mujeres tenemos muchas fortalezas que, adecuadamente explotadas y canalizadas, nos convierten en estupendas abogadas.
Si tengo que escoger cuáles son las cualidades que la mujer aporta al ejercicio profesional, me quedo con aquéllas que identifico en todas las abogadas con quienes comparto mi día a día: la capacidad innata de hacer y pensar en varias cuestiones a la vez; la intuición, que nos permite adelantarnos a los hechos y ver más allá de lo evidente; la emoción, que nos hace apasionadas de nuestras luchas e intereses; y la planificación, que nos permite organizar y priorizar nuestras ocupaciones para alcanzar a equilibrar nuestra vida profesional con el hogar.
Con enorme orgullo veo que cada vez en mis aulas de la Universidad, hay más y más mujeres; y ojalá con el tiempo, ello ocurra también en el ejercicio profesional, donde todavía hay mucha deuda con la mujer, y donde existe un espacio inmensamente rico para que aportemos con nuestras ideas, nuestras destrezas únicas y nuestras habilidades innatas.
Consejo Editorial